El resquebrajamiento lento y marcado de cada fibra de su cuerpo, marcó el punto de partida.
Un álgido viento penetrante comenzó a subir por sus pies, como un suspiro; recorrió sus piernas quedamente, acarició su cuerpo en la totalidad de su quietud, y convirtió en bloque de hielo su licuefacto corazón.
Luego vino el ardor, fue brusco, no se tomó su tiempo, llego de la nada sin previo aviso. Carcomió hasta su mas recóndito fragmento y desapareció casi de inmediato, dejando un calor que inspiraba una paz absoluta.
De nuevo ese sentimiento abúlico que sin vergüenzas lo hacía suyo; se quedó, habitándolo, torturándolo, mortificándolo. Y en el momento menos esperado, se convirtió en su último suspiro.