domingo, 19 de septiembre de 2010

Agonía

El resquebrajamiento lento y marcado de cada fibra de su cuerpo, marcó el punto de partida.

Un álgido viento penetrante comenzó a subir por sus pies, como un suspiro; recorrió sus piernas quedamente, acarició su cuerpo en la totalidad de su quietud, y convirtió en bloque de hielo su licuefacto corazón.

Luego vino el ardor, fue brusco, no se tomó su tiempo, llego de la nada sin previo aviso. Carcomió hasta su mas recóndito fragmento y desapareció casi de inmediato, dejando un calor que inspiraba una paz absoluta.

De nuevo ese sentimiento abúlico que sin vergüenzas lo hacía suyo; se quedó, habitándolo, torturándolo, mortificándolo. Y en el momento menos esperado, se convirtió en su último suspiro.

sábado, 31 de julio de 2010

A un amor

Mi -en secreto- amado señor:
Es usted merecedor
de mis mas sentidas palabras,
es usted merecedor
de cada uno de mis besos,
de mis recónditos sentimientos
y de mis profundos suspiros.

Pero quiero que tenga claro
que no merecía las lágrimas
que por usted derramé.

Desde la ventana de faro

Miraba tu sombra desde la ventana de faro;
caminabas lentamente por la cubierta
dando tu paseo nocturno.

Ella, oscura y perfecta
parecía que también me miraba.

Eras

Eras el cielo, eras el sol y las nubes.
Eras mi noche de luna llena tapizada en estrellas.
Eras todo.
Eras.

jueves, 29 de julio de 2010

Alguien colgó esta noche

Noche de ahogados suspiros y profundas palabras mudas.

La sal de mis lágrimas corroe las paredes blancas.

Noche de arpegios y compases. De flechas usadas.

Tus labios y los míos mirándose de lejos.

Noche de ecos, de encrucijadas

Retumba el silencio entre las pestañas

De cielo oscuro y de luna opaca

Mi noche no es noche, ni es sueño, ni es alba

Intermitente sonrisa, mi musa predilecta

Sueño largo y confuso, larga confusión soñada

Parpadeo, inhalo y al exhalar me doy cuenta:

Alguien colgó esta noche al revés

lunes, 5 de julio de 2010

Así que tengo y no.

Tengo hambre. Pero estoy deprimida; así que tengo y no tengo…

Cuando estoy a punto de ir a en busca de comida, siento que la profunda tristeza que llena mi corazón, se salta de repente a mi estómago, llenándolo también. Hasta el punto de hacerme vomitar las mariposas negras de alas rotas que dentro de mí han ido tomando forma. Verlas volar es la mayor puñalada.

Tengo miedos. Pero estoy deprimida; así que tengo y no. Lo tengo. Lo tengo. Lo tengo. Lo tengo? Lo siento?

No, aun mas allá. Me invade. Yo soy el miedo. Soy mis miedos.

Me pongo en posición de ataque, y abro mis alas (que nunca lo han sido y nunca lo serán); parpadeo tres veces y media, y salto queriendo atrapar mis mariposas para volver a tragármelas. Pero no lo logro…ya van demasiado lejos robándose mi olvido. Y me abandonan, me dejan sola, a mi suerte, tirada en el más despreciable rincón del olvido; con los párpados rotos de tanto soñar, con el corazón destruido por no saber amar.

domingo, 23 de mayo de 2010

Si me esperas.

*Si me esperas cuanto repare el destino, saltare los muros que te esconden; y sera la eternidad quien marque nuestro tiempo de estar juntos...Contigo la distancia nunca importo, y el amor siempre sobro.

martes, 6 de abril de 2010

Botellitas de vida (fragmento)

No hay nada ahora que yo pueda hacer para impedirlo.

Me resta solo detenerme a sentir como mi alma se escapa por cada poro de mi piel

Como se escapa en cada respiro

Como se escapa con cada latido de mi corazón.


Ajeno completamente a lo que dice la canción que suena

No importa si me pierdo o no de algo, porque ya no hay algo que me importe.


Me ahogo, no me incomoda, ya adquirí la costumbre de hacerlo

Volveré a respirar en algún momento.


Diez gotas de alcohol cada dos, tres horas.


Estoy cansada ya de las botellitas de vida

Mínimo cuatro al día si se quiere salvar, dijo el doctor.

Yo no me quiero salvar, ya es poco lo que importan las cosas,

Pero lo hago por ti, tantas te debo ya, que solo puedo usar mi vida para pagarte.

lunes, 5 de abril de 2010

A veces los días

A veces los días me saben a helado con nicotina...a lata vacía de cerveza...a tus trip trip tatuados en mi piel. A una babita dos babitas tres babitas, una en mi mente otra en mi corazon y otra entre mis priernas. A camisa tropical, a lapiz labial rojo en el espejo...A veces los dias me saben a tristeza

domingo, 14 de marzo de 2010

Tus días sin mi

Dime querido, a que has dedicado estos días sin mi?

Como se portan tus delicadas manos ahora que no tienen a quien acariciar?

Como se sienten tus suaves labios ahora que ya no me besas?

Se te hace nuestro lecho demasiado grande para ti solo?

Logras calentarte en esas noches de profundo invierno?


Dime querido, me extrañas?

Quisieras nuevamente tenerme a tu lado?

Marcha todo bien? Te las arreglas sin mi?

Es bueno el destino contigo?

Sabe la luna cumplir mi papel?


Dime querido, como son tus días sin mi?

Dime como es levantarte sin mi

Como es acostarte sin mi

Como es el día sin mi

Como es la noche sin mi

Como son tus sueños sin mi

Como es tu vida sin mi

Como es ahora tu rostro


Dime querido, dímelo todo, dímelo todo de ti

Dime si me extrañas como yo a ti

Si me necesitas como yo a ti

Si me piensas como yo a ti

Si aun me amas como yo a ti


…No sabes cuan difícil es ni siquiera poder verte

Cuan difícil es estar en esta otra vida…


Si estas sufriendo como yo

Si estas llorando como yo

Si estas deseando como yo

Que estemos juntos…

Dime si estas dispuesto querido

A venir por mi.

sábado, 13 de marzo de 2010

Es mucho lo que no tengo

Hay una innumerable cantidad de cosas que no tengo.

No tengo hambre,

No tengo sed,

No tengo frío,

No tengo sueño,

No tengo aliento,

No tengo lágrimas,

No tengo razones,

No tengo fuerzas,

No tengo deseos,

No tengo esperanza…

A cambio de todo esto, hay una cosa que si tengo:

El corazón roto.

viernes, 12 de marzo de 2010

Quien era yo...

Pero que es esto!! no logro concebir lo que siento,
este vacío tan absoluto que se apodera de mi.
Es un no sentir y a la vez un dolor punzante.
Es un no querer, y sin embargo desear profundamente...

Pero, que es lo que deseo??
es acaso partir de mi??
deseare amarte o dejar de hacerlo??
Querré acaso seguir sufriendo??

Pero como llega a ser posible que este llena de vacío??
De donde salen todas estas preguntas que se comen mi mente??
De quien!! maldita sea, de quien son estas tormentosas voces que me hablan??

Estaré acaso loca??
Habré muerto anoche??
Sera posible que sufra de tal forma aun estando muerta??
O tal vez...NO! no es posible
Se, se que no pude haber dejado escapar
a esa niña loca que vivía en mi.

sábado, 27 de febrero de 2010

Te has ido.

Me despertó un sentimiento de soledad absoluta

Y cuando abrí mis ojos, descubrí que, mas que un sentimiento

Era mi nueva realidad.


Te fuiste, muy de madrugada,

Mas temprano que la luna.

Te fuiste entre mis sueños

Robándome la posibilidad de decir adiós.


Recorro una casa llena de vacíos

Que ya no es precisamente la mía.


Ya no escuchare tu radio encendido

Mientras leo mis viejos libros.

Ya no habrá nadie sentado en el sofá paralelo a la puerta

Cuando entre a reponerme de un pesado día.

Ni alguien que me sobe la cabeza como queriendo decir

Todo mejorará.


Nadie dirá buenos días, buenas noches

Ni tocara mi puerta al amanecer.

Ya nadie sonreirá para mí

Mucho menos hablara pretendiendo ser escuchado.


Escurro la melancolía de mis ojos,

Voy directo a tu habitación,

Te huelo, pero es solo tu aroma;

Me siento frente a tu espejo

Miro mi reflejo, pero no soy tu.

Me levanto, prendo el radio junto a tu cama

Y tomo uno de mis viejos libros…

Solo para sentir por unos instantes

Que no te has ido.

jueves, 11 de febrero de 2010

Deje decirle Señor

Deje decirle señor
que es usted
la máxima expresión
de la belleza humana

Que es usted mas perfecto
que el rocío en la mañana
y es de mi existencia
la mas fuerte razón

Deje decirle señor
que es usted increíble
como es increíble el sol
bello, lejano, e intangible

Que es usted de acordes manantial
mas bellos que sauce al viento
como el canto de un turpial
el latir que en mi pecho siento

Que es usted eterno
como es eterno el sol
el rocío el viento
Que es usted señor
mi mas puro sentimiento.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Llevo tiempo

Llevo varias horas tratando dormir;
varios días pensando en ti;
varios años intentando vivir.

Llevo incontables segundos
queriendo ser feliz.
Pero el tiempo simplemente pasa
sin dejar huella o razón alguna.

Pero el tiempo simplemente pasa
con su andar lento, lentísimo;
con la amargura de su monotonía;
con ese nada hacer que me esta matando.

Con esa infelicidad, con ese no vivir,
con ese no poder, no poder sacarte de mi mente,
no poder dormir
para obligar al maldito tiempo a salir de mi
aunque sea para darme un corto respiro.

Se que estas buscándome

Se que estas buscándome,
pero si miras hacia abajo
no me encontraras.

Se que quieres entregarme tus lagrimas,
pero si lloras así caerán a la tierra
y ya no serán mías.

No tiene sentido que deambules sin razón
por esos viejos caminos;
mas sentido tendría
que subieras aquí conmigo.

viernes, 5 de febrero de 2010

Si se acabo para siempre, me preguntas…

Si se acabo para siempre, me preguntas…

El siempre es eterno, como saberlo.

Pero puedo asentir para ti, el inicio de tu pregunta

Ha acabado ya, para siempre? No lo se

Pero acabo todo.

Es un adiós que se lleva consigo

Incontables momentos hermosos

Es un adiós que borra las huellas de nuestros besos

Y arranca nuestro amor del muro de las cosas que son.

Es un adiós inundado en lagrimas

Desbordado de tristeza

Es un adiós sin razón aparente, pero lleno de razones.

Si se acabo para siempre, me preguntas…

Para siempre? Como saberlo, si el siempre es eterno.

Eres un débil hilo de luz

que se desvanece

en las tinieblas de mi alma.

mil días lejos

Hoy no quiero escribir

Quiero mirarte.

Pero tu, estas mil días lejos.

Hoy no puedo mirarte

Ni puedo dibujarte

Ya olvide tu rostro

Lo único que me ata ahora a ti

Es esa sensación de abrazo

Que dejaste en mi piel

Ya tu aliento perdió todo el sabor

Tus caricias se desvanecieron en mi mente

Tu olor se esfumo en el aire.

Hoy no puedo mirarte porque ya no eres

Hoy no puedo pensarte

Mas que como un débil poema

Que escribió una mano temblorosa

O como el frágil abrazo

Que inevitablemente

Se desmaterializa con el tiempo.

Me encierro en mi propio yo, en las celdas de mi cárcel mental.

Tapizo mi vida en escala de grises.

Sanciono los músculos de mi cara que me hacen posible sonreír

Y guardo mis gestos de felicidad solo para mi;

Así nadie sabrá lo cómoda que me siento al estar invadida por las penumbras

de mi alma.

Mi luz, Tu sombra

Tu eres la luz, yo soy la sombra.

Podrás ser mi opuesto;

Podrás nunca fusionarte a mi

en el mismo todo.

Pero sin ti no existiría

Pero sin mi

No estarías completo

Y ESTE PAR DE INEPTOS


Y este par de ineptos, que ni siquiera se conocían, que nunca se habían hablado, q jugaban a mirarse indiferentes muy de lejos…

Que no se querían, q no sentían nada el uno por el otro mas q un frío desprecio.

Y este par de idiotas, se enfermaron de sexo…se ahogaron cada uno en la saliva del otro, una baba espesa llena de odio, de pudor, de ganas de encajar…De ganas de simplemente pasar un buen-mal rato, en el que murieron intoxicados por el desgano de amarse, en el que murieron podridos por el apatito de la inapetencia. En el que mataron de asco a todos los que alguna vez los creyeron seres humanos reales…

martes, 12 de enero de 2010

Me hundo en las tinieblas, débil y desvalida, inmovil en esta penumbra que se hace cada vez mas densa.
Esta vez no seré salvada. Esta vez tocare fondo para luego desvanecerme.
Nadie vendrá por mi a secarme las lagrimas y a limpiarme la sangre; tampoco lo haran mis manos porque están cruelmente atadas por el lazo que propicia la impotencia de mi tristeza.
Temblara mi cuerpo hinchado de dolor. Y mi alma, me obligara a dejarme caer, impulsándome a suspirar por ultima vez.

lunes, 11 de enero de 2010

BERENICE. (Edgar Allan Poe)

La desdicha es diversa. La desgracia cunde multiforme sobre la tierra. Desplegada sobre el ancho horizonte como el arco iris, sus colores son tan variados como los de éste y también tan distintos y tan íntimamente unidos. ¡Desplegada sobre el ancho horizonte como el arco iris! ¿Cómo es que de la belleza he derivado un tipo de fealdad; de la alianza y la paz, un símil del dolor? Pero así como en la ética el mal es una consecuencia del bien, así, en realidad, de la alegría nace la pena. O la memoria de la pasada beatitud es la angustia de hoy, o las agonías que son se originan en los éxtasis que pudieron haber sido.

Mi nombre de pila es Egaeus; no mencionaré mi apellido. Sin embargo, no hay en mi país torres más venerables que mi melancólica y gris heredad. Nuestro linaje ha sido llamado raza de visionarios, y en muchos detalles sorprendentes, en el carácter de la mansión familiar en los frescos del salón principal, en las colgaduras de los dormitorios, en los relieves de algunos pilares de la sala de armas, pero especialmente en la galería de cuadros antiguos, en el estilo de la biblioteca y, por último, en la peculiar naturaleza de sus libros, hay elementos más que suficientes para justificar esta creencia.

Los recuerdos de mis primeros años se relacionan con este aposento y con sus volúmenes, de los cuales no volveré a hablar. Allí murió mi madre. Allí nací yo. Pero es simplemente ocioso decir que no había vivido antes, que el alma no tiene una existencia previa. ¿Lo negáis? No discutiremos el punto. Yo estoy convencido, pero no trato de convencer. Hay, sin embargo, un recuerdo de formas aéreas, de ojos espirituales y expresivos, de sonidos musicales, aunque tristes, un recuerdo que no será excluido, una memoria como una sombra, vaga, variable, indefinida, insegura, y como una sombra también en la imposibilidad de librarme de ella mientras brille el sol de mi razón.

En ese aposento nací. Al despertar de improviso de la larga noche de eso que parecía, sin serlo, la no-existencia, a regiones de hadas, a un palacio de imaginación, a los extraños dominios del pensamiento y la erudición monásticos, no es raro que mirara a mi alrededor con ojos asombrados y ardientes, que malgastara mi infancia entre libros y disipara mi juventud en ensoñaciones; pero sí es raro que transcurrieran los años y el cenit de la virilidad me encontrara aún en la mansión de mis padres; sí, es asombrosa la paralización que subyugó las fuentes de mi vida, asombrosa la inversión total que se produjo en el carácter de mis pensamientos más comunes. Las realidades terrenales me afectaban como visiones, y sólo como visiones, mientras las extrañas ideas del mundo de los sueños se tornaron, en cambio, no en pasto de mi existencia cotidiana, sino realmente en mi sola y entera existencia.

Berenice y yo éramos primos y crecimos juntos en la heredad paterna. Pero crecimos de distinta manera: yo, enfermizo, envuelto en melancolía; ella, ágil, graciosa, desbordante de fuerzas; suyos eran los paseos por la colina; míos, los estudios del claustro; yo, viviendo encerrado en mí mismo y entregado en cuerpo y alma a la intensa y penosa meditación; ella, vagando despreocupadamente por la vida, sin pensar en las sombras del camino o en la huida silenciosa de las horas de alas negras. ¡Berenice! Invoco su nombre... ¡Berenice! Y de las grises ruinas de la memoria mil tumultuosos recuerdos se conmueven a este sonido. ¡Ah, vívida acude ahora su imagen ante mí, como en los primeros días de su alegría y de su dicha! ¡Ah, espléndida y, sin embargo, fantástica belleza! ¡Oh sílfide entre los arbustos de Arnheim! ¡Oh náyade entre sus fuentes! Y entonces, entonces todo es misterio y terror, y una historia que no debe ser relatada. La enfermedad (una enfermedad fatal) cayó sobre ella mientras yo la observaba, el espíritu de la transformación la arrasó, penetrando en su mente, en sus hábitos y en su carácter, y de la manera más sutil y terrible llegó a perturbar su identidad. ¡Ay! El destructor iba y venía, y la víctima, ¿dónde estaba? Yo no la conocía o, por lo menos, ya no la reconocía como Berenice.

Entre la numerosa serie de enfermedades provocadas por la primera y fatal, que ocasionó una revolución tan horrible en el ser moral y físico de mi prima, debe mencionarse como la más afligida y obstinada una especie de epilepsia que terminaba no rara vez en catalepsia, estado muy semejante a la disolución efectiva y de la cual su manera de recobrarse era, en muchos casos, brusca y repentina. Entretanto, mi propia enfermedad -pues me han dicho que no debo darle otro nombre-, mi propia enfermedad, digo, crecía rápidamente, asumiendo, por último, un carácter monomaniaco de una especie nueva y extraordinaria, que ganaba cada vez más vigor y, al fin, obtuvo sobre mí un incomprensible ascendiente. Esta monomanía, si así debo llamarla, consistía en una irritabilidad morbosa de esas propiedades de la mente que la ciencia psicológica designa con la palabra atención. Es más que probable que no se me entienda; pero temo, en verdad, que no haya manera posible de proporcionar a la inteligencia del lector corriente una idea adecuada de esa nerviosa intensidad del interés con que en mi caso las facultades de meditación (por no emplear términos técnicos) actuaban y se sumían en la contemplación de los objetos del universo, aun de los más comunes.

Reflexionar largas horas, infatigable, con la atención clavada en alguna nota trivial, al margen de un libro o en su tipografía; pasar la mayor parte de un día de verano absorto en una sombra extraña que caía oblicuamente sobre el tapiz o sobre la puerta; perderme durante toda una noche en la observación de la tranquila llama de una lámpara o los rescoldos del fuego; soñar días enteros con el perfume de una flor; repetir monótonamente alguna palabra común hasta que el sonido, por obra de la frecuente repetición, dejaba de suscitar idea alguna en la mente; perder todo sentido de movimiento o de existencia física gracias a una absoluta y obstinada quietud, largo tiempo prolongada; tales eran algunas de las extravagancias más comunes y menos perniciosas provocadas por un estado de las facultades mentales, no único, por cierto, pero sí capaz de desafiar todo análisis o explicación.

Mas no se me entienda mal. La excesiva, intensa y mórbida atención así excitada por objetos triviales en sí mismos no debe confundirse con la tendencia a la meditación, común a todos los hombres, y que se da especialmente en las personas de imaginación ardiente. Tampoco era, como pudo suponerse al principio, un estado agudo o una exageración de esa tendencia, sino primaria y esencialmente distinta, diferente. En un caso, el soñador o el fanático, interesado en un objeto habitualmente no trivial, lo pierde de vista poco a poco en una multitud de deducciones y sugerencias que de él proceden, hasta que, al final de un ensueño colmado a menudo de voluptuosidad, el incitamentum o primera causa de sus meditaciones desaparece en un completo olvido. En mi caso, el objeto primario era invariablemente trivial, aunque asumiera, a través del intermedio de mi visión perturbada, una importancia refleja, irreal. Pocas deducciones, si es que aparecía alguna, surgían, y esas pocas retornaban tercamente al objeto original como a su centro. Las meditaciones nunca eran placenteras, y al cabo del ensueño, la primera causa, lejos de estar fuera de vista, había alcanzado ese interés sobrenaturalmente exagerado que constituía el rasgo dominante del mal. En una palabra: las facultades mentales más ejercidas en mi caso eran, como ya lo he dicho, las de la atención, mientras en el soñador son las de la especulación.

Mis libros, en esa época, si no servían en realidad para irritar el trastorno, participaban ampliamente, como se comprenderá, por su naturaleza imaginativa e inconexa, de las características peculiares del trastorno mismo. Puedo recordar, entre otros, el tratado del noble italiano Coelius Secundus Curio De Amplitudine Beati Regni dei, la gran obra de San Agustín La ciudad de Dios, y la de Tertuliano, De Carne Christi, cuya paradójica sentencia: Mortuus est Dei filius; credibili est quia ineptum est: et sepultus resurrexit; certum est quia impossibili est, ocupó mi tiempo íntegro durante muchas semanas de laboriosa e inútil investigación.

Se verá, pues, que, arrancada de su equilibrio sólo por cosas triviales, mi razón semejaba a ese risco marino del cual habla Ptolomeo Hefestión, que resistía firme los ataques de la violencia humana y la feroz furia de las aguas y los vientos, pero temblaba al contacto de la flor llamada asfódelo. Y aunque para un observador descuidado pueda parecer fuera de duda que la alteración producida en la condición moral de Berenice por su desventurada enfermedad me brindaría muchos objetos para el ejercicio de esa intensa y anormal meditación, cuya naturaleza me ha costado cierto trabajo explicar, en modo alguno era éste el caso. En los intervalos lúcidos de mi mal, su calamidad me daba pena, y, muy conmovido por la ruina total de su hermosa y dulce vida, no dejaba de meditar con frecuencia, amargamente, en los prodigiosos medios por los cuales había llegado a producirse una revolución tan súbita y extraña. Pero estas reflexiones no participaban de la idiosincrasia de mi enfermedad, y eran semejantes a las que, en similares circunstancias, podían presentarse en el común de los hombres. Fiel a su propio carácter, mi trastorno se gozaba en los cambios menos importantes, pero más llamativos, operados en la constitución física de Berenice, en la singular y espantosa distorsión de su identidad personal.

En los días más brillantes de su belleza incomparable, seguramente no la amé. En la extraña anomalía de mi existencia, los sentimientos en mí nunca venían del corazón, y las pasiones siempre venían de la inteligencia. A través del alba gris, en las sombras entrelazadas del bosque a mediodía y en el silencio de mi biblioteca por la noche, su imagen había flotado ante mis ojos y yo la había visto, no como una Berenice viva, palpitante, sino como la Berenice de un sueño; no como una moradora de la tierra, terrenal, sino como su abstracción; no como una cosa para admirar, sino para analizar; no como un objeto de amor, sino como el tema de una especulación tan abstrusa cuanto inconexa. Y ahora, ahora temblaba en su presencia y palidecía cuando se acercaba; sin embargo, lamentando amargamente su decadencia y su ruina, recordé que me había amado largo tiempo, y, en un mal momento, le hablé de matrimonio.

Y al fin se acercaba la fecha de nuestras nupcias cuando, una tarde de invierno -en uno de estos días intempestivamente cálidos, serenos y brumosos que son la nodriza de la hermosa Alción-, me senté, creyéndome solo, en el gabinete interior de la biblioteca. Pero alzando los ojos vi, ante mí, a Berenice.

¿Fue mi imaginación excitada, la influencia de la atmósfera brumosa, la luz incierta, crepuscular del aposento, o los grises vestidos que envolvían su figura, los que le dieron un contorno tan vacilante e indefinido? No sabría decirlo. No profirió una palabra y yo por nada del mundo hubiera sido capaz de pronunciar una sílaba. Un escalofrío helado recorrió mi cuerpo; me oprimió una sensación de intolerable ansiedad; una curiosidad devoradora invadió mi alma y, reclinándome en el asiento, permanecí un instante sin respirar, inmóvil, con los ojos clavados en su persona. ¡Ay! Su delgadez era excesiva, y ni un vestigio del ser primitivo asomaba en una sola línea del contorno. Mis ardorosas miradas cayeron, por fin, en su rostro.

La frente era alta, muy pálida, singularmente plácida; y el que en un tiempo fuera cabello de azabache caía parcialmente sobre ella sombreando las hundidas sienes con innumerables rizos, ahora de un rubio reluciente, que por su matiz fantástico discordaban por completo con la melancolía dominante de su rostro. Sus ojos no tenían vida ni brillo y parecían sin pupilas, y esquivé involuntariamente su mirada vidriosa para contemplar los labios, finos y contraídos. Se entreabrieron, y en una sonrisa de expresión peculiar los dientes de la cambiada Berenice se revelaron lentamente a mis ojos. ¡Ojalá nunca los hubiera visto o, después de verlos, hubiese muerto!

El golpe de una puerta al cerrarse me distrajo y, alzando la vista, vi que mi prima había salido del aposento. Pero del desordenado aposento de mi mente, ¡ay!, no había salido ni se apartaría el blanco y horrible espectro de los dientes. Ni un punto en su superficie, ni una sombra en el esmalte, ni una melladura en el borde hubo en esa pasajera sonrisa que no se grabara a fuego en mi memoria. Los vi entonces con más claridad que un momento antes. ¡Los dientes! ¡Los dientes! Estaban aquí y allí y en todas partes, visibles y palpables, ante mí; largos, estrechos, blanquísimos, con los pálidos labios contrayéndose a su alrededor, como en el momento mismo en que habían empezado a distenderse. Entonces sobrevino toda la furia de mi monomanía y luché en vano contra su extraña e irresistible influencia. Entre los múltiples objetos del mundo exterior no tenía pensamientos sino para los dientes. Los ansiaba con un deseo frenético. Todos los otros asuntos y todos los diferentes intereses se absorbieron en una sola contemplación. Ellos, ellos eran los únicos presentes a mi mirada mental, y en su insustituible individualidad llegaron a ser la esencia de mi vida intelectual. Los observé a todas las luces. Les hice adoptar todas las actitudes. Examiné sus características. Estudié sus peculiaridades. Medité sobre su conformación. Reflexioné sobre el cambio de su naturaleza. Me estremecía al asignarles en imaginación un poder sensible y consciente, y aun, sin la ayuda de los labios, una capacidad de expresión moral. Se ha dicho bien de mademoiselle Sallé que tous ses pas étaient des sentiments, y de Berenice yo creía con la mayor seriedad que toutes ses dents étaient des idées. Des idées! ¡Ah, éste fue el insensato pensamiento que me destruyó! Des idées! ¡Ah, por eso era que los codiciaba tan locamente! Sentí que sólo su posesión podía devolverme la paz, restituyéndome a la razón.

Y la tarde cayó sobre mí, y vino la oscuridad, duró y se fue, y amaneció el nuevo día, y las brumas de una segunda noche se acumularon y yo seguía inmóvil, sentado en aquel aposento solitario; y seguí sumido en la meditación, y el fantasma de los dientes mantenía su terrible ascendiente como si, con la claridad más viva y más espantosa, flotara entre las cambiantes luces y sombras del recinto. Al fin, irrumpió en mis sueños un grito como de horror y consternación, y luego, tras una pausa, el sonido de turbadas voces, mezcladas con sordos lamentos de dolor y pena. Me levanté de mi asiento y, abriendo de par en par una de las puertas de la biblioteca, vi en la antecámara a una criada deshecha en lágrimas, quien me dijo que Berenice ya no existía. Había tenido un acceso de epilepsia por la mañana temprano, y ahora, al caer la noche, la tumba estaba dispuesta para su ocupante y terminados los preparativos del entierro.

Me encontré sentado en la biblioteca y de nuevo solo. Me parecía que acababa de despertar de un sueño confuso y excitante. Sabía que era medianoche y que desde la puesta del sol Berenice estaba enterrada. Pero del melancólico periodo intermedio no tenía conocimiento real o, por lo menos, definido. Sin embargo, su recuerdo estaba repleto de horror, horror más horrible por lo vago, terror más terrible por su ambigüedad. Era una página atroz en la historia de mi existencia, escrita toda con recuerdos oscuros, espantosos, ininteligibles. Luché por descifrarlos, pero en vano, mientras una y otra vez, como el espíritu de un sonido ausente, un agudo y penetrante grito de mujer parecía sonar en mis oídos. Yo había hecho algo. ¿Qué era? Me lo pregunté a mí mismo en voz alta, y los susurrantes ecos del aposento me respondieron: ¿Qué era?

En la mesa, a mi lado, ardía una lámpara, y había junto a ella una cajita. No tenía nada de notable, y la había visto a menudo, pues era propiedad del médico de la familia. Pero, ¿cómo había llegado allí, a mi mesa, y por qué me estremecí al mirarla? Eran cosas que no merecían ser tenidas en cuenta, y mis ojos cayeron, al fin, en las abiertas páginas de un libro y en una frase subrayaba: Dicebant mihi sodales si sepulchrum amicae visitarem, curas meas aliquantulum fore levatas. ¿Por qué, pues, al leerlas se me erizaron los cabellos y la sangre se congeló en mis venas?

Entonces sonó un ligero golpe en la puerta de la biblioteca; pálido como un habitante de la tumba, entró un criado de puntillas. Había en sus ojos un violento terror y me habló con voz trémula, ronca, ahogada. ¿Qué dijo? Oí algunas frases entrecortadas. Hablaba de un salvaje grito que había turbado el silencio de la noche, de la servidumbre reunida para buscar el origen del sonido, y su voz cobró un tono espeluznante, nítido, cuando me habló, susurrando, de una tumba violada, de un cadáver desfigurado, sin mortaja y que aún respiraba, aún palpitaba, aún vivía.

Señaló mis ropas: estaban manchadas de barro, de sangre coagulada. No dije nada; me tomó suavemente la mano: tenía manchas de uñas humanas. Dirigió mi atención a un objeto que había contra la pared; lo miré durante unos minutos: era una pala. Con un alarido salté hasta la mesa y me apoderé de la caja. Pero no pude abrirla, y en mi temblor se me deslizó de la mano, y cayó pesadamente, y se hizo añicos; y de entre ellos, entrechocándose, rodaron algunos instrumentos de cirugía dental, mezclados con treinta y dos objetos pequeños, blancos, marfilinos, que se desparramaron por el piso.